Hay personas crueles disfrazadas de buenas personas. Son seres que dañan, que agreden mediante un maquiavélico chantaje emocional basado en el temor, la agresión y la culpa. Aparentan amables bondades tras las cuales se esconden ocultos intereses y profundas frustraciones.
A menudo, suele decirse aquello de que “quien hiere es porque en algún momento de su vida también fue dañado”. Que quien fue lastimado, lastima. Sin embargo, y aunque bajo estas ideas no deja de haber una base verídica, hay otro aspecto que no siempre nos gusta admitir. La maldad existe. Las personas crueles, en ocasiones, disponen de ciertos componentes biológicos que les inclinan hacia determinados comportamientos agresivos.
“No existe el gen de la maldad, pero sí ciertas circunstancias biológicas y culturales que la pueden propiciar“. Lo más complejo de este tema es que muy a menudo, tendemos a buscar etiquetas y patologías a comportamientos que, sencillamente, no entran dentro de los manuales de psicodiagnóstico.
Los actos malvados pueden darse sin necesidad de que haya una enfermedad psicológica subyacente. Todos nosotros, en algún momento, hemos conocido a una persona con este tipo de perfil. Seres que nos obsequian con halagos y atenciones. Personas que caen bien, con éxito social, pero que en privado, perfilan una sombra oscura y muy alargada. En el abismo de sus corazones respira la crueldad, la falta de empatía e incluso la agresividad.
Tal y como hemos señalado, a día de hoy nadie ha podido identificar la existencia del gen de la maldad. Sin embargo, en los últimos años han aumentado los estudios sobre un aspecto fascinante: la llamada “molécula de la moral”. Para comprender mejor qué es esta estructura, nos pondremos en contexto con una historia real.
Estos estafadores que nos llaman en un inicio tan amablemente, te preguntan por tu salud , tu familia ,esos a los que algunas victimas le han llegado a llamar amigos, estos en el momento que la victima empiezan a sospechar de un tipo de estafa sacan a la luz su verdadero personaje , ya no son esos cariñosos y amigables bróker, se convierten automáticamente en seres ruines capaces de destruir a una persona psicológicamente con insultos y vejaciones ,les llevan a un nivel totalmente destructible y les llenan de culpabilidad hasta tal punto que algunas victimas han llegado al suicidio.
. No obstante, el tema del origen de la maldad volvió a abrirse a debate. A día de hoy se da pleno valor al hecho de que la oxitocina es esa hormona que nos hace ser “humanos” en su sentido más auténtico. Personas respetuosas y preocupadas por atender, cuidar y empatizar con nuestros semejantes.
Cómo defendernos de la crueldad camuflada
En nuestra cotidianidad no siempre nos relacionamos con personas tan crueles como la anteriormente citada. Sin embargo, sí somos víctimas de otro tipo de interacciones: las de la falsa bondad, la agresividad encubierta, la manipulación, el egoísmo sutil, la ironía más dañina, etc.
“El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad”
Estos comportamientos podrían resultado de varios aspectos. Carencia de Inteligencia Emocional, un entorno poco afectivo donde creció la persona o incluso por qué no, un déficit en la liberación de oxitocina. Todo ello determinaría, tal vez, esa agresividad más o menos encubierta. Sea como sea, no podemos olvidar que con agresividad no nos referimos en exclusiva al maltrato físico.
La agresión emocional, la instrumental o la verbal son heridas menos denunciables por la necesidad de probarlas, pero más cotidianas sobre las que debemos defendernos. Te explicamos cómo.
Personas crueles: saber reconocerlas y evitarlas
Todos podemos ser víctimas de las personas crueles. No importa la edad, el estatus o nuestras experiencias previas. Estos perfiles habitan a nivel familiar, en entornos laborales y en cualquier escenario. Sin embargo, podemos identificarlas de diversos modos.
La persona de oscuro corazón nos cautivará con la mentira. Se vestirán de hermosas palabras y actos nobles, pero poco a poco surgirá el chantaje. Más tarde, la generación del miedo, la culpa y la violencia mental.
Ante estos mecanismos solo cabe una opción: la no tolerancia. No importa que sea nuestra hermana, nuestra pareja o ese/a compañero/a de trabajo. Los perturbadores de calma y equilibrio solo buscan una cosa: apagar nuestra autoestima para tener el control.
Tendremos la clara sensación de que no hay salida. De que nos tienen bajo sus redes. Sin embargo, hay que recordar algo “es más poderoso aquel que es dueño de sí mismo”. Así pues, hay que romper el juego de la dominación y de la agresividad con contundencia.
Los juegos de la dominación y la agresividad encubierta son muy intrincados. Sin embargo, es necesario actuar con rapidez desmontando trampas y reaccionando frente a las amenazas veladas. En el momento en que sintamos malestar o inquietud hacia ciertos comportamientos solo cabe una sabia opción: la distancia.